Juan Antonio Iriarte Zancajo
En la polémica que se ha creado al conocerse la Orden Foral que regulará la jornada escolar en Navarra llama la atención la falta de argumentos de orden pedagógico o educativo, lo cual no deja de ser curioso cuando tratamos de la educación de nuestras hijas e hijos, aunque haya quien afirme que hablamos de la jornada laboral de las y los docentes y de su derecho a unas mejores condiciones laborales.
El argumento estrella de quienes quieren la jornada continua o compactada, como la denomina el profesor de Sociología de la Educación de la Universitat de Barcelona Xavier Martínez-Celorrio, es un supuesto déficit democrático por exigir mayorías cualificadas para la adopción de la jornada continua, como si no se exigieran mayorías cualificadas para la elección y toma de decisiones en múltiples facetas de la vida social y política.
Otro argumento es que en muchos centros ya han elegido la jornada continua obviando que la implantación de esa jornada era experimental y por tanto no definitiva. Se quejan de que la nueva Orden Foral considere la jornada partida como pre-establecida sin acordarse de que la jornada continua ya fue implantada unilateralmente en todos los centros (también en los que en sucesivas votaciones fue rechazada) con ocasión de la covid-19.
El último argumento expuesto ha sido la modernidad de la jornada continua frente a la “anacrónica” jornada partida, propia del siglo XX; como si todo lo posterior fuera mejor que lo anterior; cualquier día estos adalides de la modernidad nos propondrán abandonar el alfabeto griego o que las niñas y niños no aprendan a sumar y restar puesto que teniendo calculadoras y ordenadores esos conocimientos de siglos anteriores son una rémora.
No quiero detenerme más en argumentos de orden formal porque lo que falta en el debate público son razones sustantivas, qué horario es más eficiente para que niñas y niños aprendan, qué horario es más llevadero y cuál retrasa las comidas a deshoras, qué horario permite más horas de socialización, de juegos y conversaciones tras las clases y cuál deriva a niñas y niños hacia actividades extraescolares y clases particulares de pago y fuera del centro escolar. De todo esto se habló en las jornadas que el Consejo Escolar de Navarra organizó este mismo año y se expusieron cuestiones como que durante los dos cursos de pandemia (jornada continua en todos los centros escolares) se ha constatado pérdida de aprendizaje y una menor socialización, aumentando los índices de depresión, ansiedad y suicidio infantil-adolescente, y reproduzco textualmente: “Todos los organismos supra-nacionales desde Naciones Unidas, la OMS, la OCDE, el Consejo de Europa o la Comisión Europea han destacado la salud mental y emocional de los jóvenes como un problema de salud pública emergente y desproporcionado en recientes informes (European Parliament, 2021).
Otro aspecto señalado es que la compactación horaria incrementa la desigualdad social porque reduce el tiempo de presencialidad en la escuela, no garantiza la universalidad de actividades extraescolares y deja más tiempo solos por las tardes a los “niños-llave” que en 2009 suponían el 11% de los niños entre 6 y 14 años en España (Educo, 2017).
En cuestión de resultados/aprendizaje se van acumulando estudios cuyas conclusiones van desde los que observan que la jornada partida no mejora los resultados hasta los que señalan un empeoramiento sin paliativos como el de la Generalitat Valenciana del curso 2013-14 sobre los centros piloto que ensayaron dos cursos antes la jornada continua, constatando un empeoramiento de los resultados académicos en 8 de los 9 centros piloto.
Así pues, este tipo de consideraciones son las que deberíamos tener en cuenta a la hora de decidir qué jornada escolar es la que conviene a nuestras hijas e hijos y no si una mayoría cualificada es más o menos democrática que una mayoría absoluta (51%-49%) para cambiarle a una familia la opción que ya elegimos cuando matriculamos a nuestra hija o hijo por primera en vez en un colegio de jornada partida.
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